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Todos los muertos deberían valer lo mismo. Sin embargo, en tiempo de crisis hay muertos y muertos. Cuando aparece en un callejón de la Isleta el cuerpo sin vida de un extranjero con un agujero de bala en la nuca la policía de Las Palmas de Gran Canaria no tiene por dónde empezar. Si, además, resulta que ese extranjero no es americano ni alemán ni inglés y que ese cuerpo no lo reclama nadie, la investigación se va ralentizando hasta casi el marasmo. Así que, tras una cena en la que la mujer del inspector Álvarez le lanza el guante, Ricardo Blanco regresa a la investigación de un crimen.
Por el camino se topará con los restos de una guerra que se remonta a veinte años atrás entre bosnios y serbios. La identidad del muerto, la extraña voladura en una obra en construcción, la aparición de un viejo veterano del sitio de Sarajevo y la desaparición de un poeta libanés que asiste a un Congreso de Literatura son los ingredientes con los que José Luis Correa construye la séptima entrega de la saga de su detective canario. En esta ocasión, resurge la figura de una agente de policía que colaborará en la resolución del caso. De fondo, la ciudad en agosto, el estilo socarrón y desenfadado y la forma de narrar tan personal de Correa rematan El verano que murió Chabela.
-- José Luis Correa (Las Palmas, 1962) es profesor de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad de las Palmas de Gran Canaria.
Tras una breve etapa como autor de relatos cortos, en la que obtiene algunos premios como el Julio Cortázar (La Laguna, 1998) o el Campus (Las Palmas de Gran Canaria, 1999), se instala definitivamente en la novela con títulos como Me mataron tan mal (Premio Benito Pérez Armas, 2000) y Échale un ojo a Carla (Premio Vargas Llosa, 2002). Con la novela Quince días de noviembre (2003) irrumpe en el género negro e inicia la serie que tiene como protagonista a Ricardo Blanco, que continuará con Muerte en abril (2004), Muerte de un violinista (2006), Un rastro de sirena (2009) y Nuestra Señora de la Luna (2012) (todas ellas publicadas por la editorial Alba). La obra de Correa ha traspasado nuestras fronteras y ha sido traducida al alemán, italiano y finlandés.
Todos los muertos deberían valer lo mismo. Sin embargo, en tiempo de crisis hay muertos y muertos. Cuando aparece en un callejón de la Isleta el cuerpo sin vida de un extranjero con un agujero de bala en la nuca la policía de Las Palmas de Gran Canaria no tiene por dónde empezar. Si, además, resulta que ese extranjero no es americano ni alemán ni inglés y que ese cuerpo no lo reclama nadie, la investigación se va ralentizando hasta casi el marasmo. Así que, tras una cena en la que la mujer del inspector Álvarez le lanza el guante, Ricardo Blanco regresa a la investigación de un crimen. Por el camino se topará con los restos de una guerra que se remonta a veinte años atrás entre bosnios y serbios.
Muerte de un violinista se inicia con la súbita muerte del primer violín de la Filarmónica de Nueva York durante un concierto en el Auditorio de Las Palmas. La trascendencia internacional del caso y la necesidad de una gran discreción hacen que la policía recurra a los servicios del detective Ricardo Blanco para investigar lo que resultará ser un asesinato. Las sospechas se centran pronto en torno a uno de los miembros más recientes de la orquesta, la viola canadiense Juliette Legrand. Sin embargo, a medida que va escarbando en su pasado, Blanco se sentirá irremediablemente atraído por ella, lo que le producirá más de una complicación.
En esta entrega se descubren nuevos datos sobre el pasado y la personalidad de Blanco, un detective privado poco convencional, amante del jazz y la buena literatura. Estos elementos, junto a un variado elenco de personajes secundarios y a un sorprendente giro final, conforman una historia que consigue mantener en vilo al lector hasta su desenlace.
A sus 44 años, Ricardo Blanco ha conseguido encauzar una vida sin norte montando en su ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, una agencia de detectives. El encargo que le hace una bella mujer de investigar el aparente suicidio de su novio lo sumergirá en dos mundos seductores pero al cabo peligrosos: los bares, los cruceros y las fiestas de los "niños bien" de Las Palmas y la atracción fatal de su clienta.
Muerte de un violinista se inicia con la súbita muerte del primer violín de la Filarmónica de Nueva York durante un concierto en el Auditorio de Las Palmas. La trascendencia internacional del caso y la necesidad de una gran discreción hacen que la policía recurra a los servicios del detective Ricardo Blanco para investigar lo que resultará ser un asesinato. Las sospechas se centran pronto en torno a uno de los miembros más recientes de la orquesta, la viola canadiense Juliette Legrand. Sin embargo, a medida que va escarbando en su pasado, Blanco se sentirá irremediablemente atraído por ella, lo que le producirá más de una complicación.
En esta entrega se descubren nuevos datos sobre el pasado y la personalidad de Blanco, un detective privado poco convencional, amante del jazz y la buena literatura. Estos elementos, junto a un variado elenco de personajes secundarios y a un sorprendente giro final, conforman una historia que consigue mantener en vilo al lector hasta su desenlace.
A Mario Bermúdez, un tipo oscuro y pusilánime, nadie le echó de menos cuando desapareció, un viernes de abril. Por eso su cadáver estuvo tres días descomponiéndose en el cuarto de baño. Pero cuando al viernes siguiente aparece otro hombre con los mismos síntomas de asfixia y también vestido de mujer, y más tarde otro, toda la ciudad de Las Palmas se conmueve.
Un rastro de sirena es la cuarta entrega de una serie protagonizada por Ricardo Blanco. En esta ocasión, el detective canario se enfrenta al descubrimiento del cadáver de una muchacha que aparece en las costas de La Laja descuartizado. Con un tatuaje y un collar como únicos elementos para intentar desentrañar el crimen, Blanco se ve obligado a adentrarse en el mundo de la prostitución y tráfico de drogas de la isla. Un rastro de sirena es una historia vertiginosa de la que el lector no podrá escapar, unos personajes dinámicos a los que la trama coloca en el desfiladero, una expresión atrevida y una ironía sin límites con los que su autor ya se ha ganado un lugar en el panorama literario de nuestra lengua.