¿Sabía usted que Chopin nunca existió y que era una invención de George Sand? ¿Que Sibelius escribió siempre la misma obra y nadie se dio cuenta? ¿Que Stravinski formó un grupo pop para competir con The Beatles? ¿Que Albéniz fue el jefe de una banda de forajidos en México a los diez años y que Satie ocultaba un Aleph dentro de uno de sus pianos? ¿Y que Haydn realizaba viajes astrales? Por las páginas de ?El horizonte quimérico? desfilan un Mozart de cincuenta años, un Beethoven con el oído recobrado, autómatas inteligentes, compositores más poderosos que el Rey Sol y vampiros sedientos de música. Una reformulación del concepto de ucronía con guiños a Borges, Marcel Schwob y el realismo mágico que, sin duda, hará las delicias de los melómanos y de los amantes de las lecturas con una sonrisa en los labios.

Cuando el magnate naviero Teo Urrutia fallece, sus herederos se reúnen en el despacho del notario. Allí se encuentran Andrés Urrutia, único hijo legítimo, los tres hijos de este y los dos hijos ilegítimos del fallecido.

A partir de ese momento, el objetivo de Andrés será eliminar a sus hermanos del consejo de dirección de la empresa. Pero no cuenta con Borja Morán, el hijo menor del capitán de barco que trabajaba para Teo Urrutia.

Borja, que lleva toda su vida odiando a los Urrutia, además de ambicioso y vengativo es muy inteligente. Andrés no sabe que su rival es un hombre muy rico, como tampoco sabe de la relación amorosa totalmente prohibida que mantiene con su hija Mappy. El drama está servido.

Las mentiras, los engaños y los secretos llenan esta obra, que transcurre en una época en la que gobiernan la corrupción, la avaricia y el dinero. Una época en la cual las familias más poderosas se tienen que adaptar al cambio social que imponen los nuevos ricos, quienes juegan con las mismas reglas sin que nadie lo sospeche.