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Como dijo Ambrose Bierce, «el hogar es el único local abierto toda la noche». Y en esta primera novela de David Trueba, el hogar pertenece a los Belitre, una familia tan numerosa como disparatada. Crónica de una educación sentimental, las personas que habitan este libro sólo escuchan la voz de su corazón, mientras que la razón guarda un impasible silencio. Y así, el lector seguirá a los Belitre en una sucesión imparable de situaciones de altísima comedia y negro melodrama, con Matías, un niño de doce años que sufre una misteriosa enfermedad mental, un abuelo que en medio de la demencia senil se entrega en cuerpo y alma a la poesía y la religión, y hasta una pareja de desamparados testigos de Jehová que encontrará su casa en la ternura de los Belitre. Trueba ha recreado con fascinación una estampa de familia que discurre entre momentos mágicos de pura comedia, arrastrando al lector en un imparable deseo de saber más de estos personajes disparatados, divertidos y trágicos. En definitiva, el autor viene a ocupar un lugar muy poco frecuentado por la nueva literatura española.
Ángel Fernández-Santos escribe sobre "La buena vida" «... "La buena vida", película completamente hermosa y emocionante, donde corre y se desborda –con el añadido de dificultad de que David Trueba ahora es también quien la materializa en imágenes– esa antigua agua que crea sed en vez de calmarla y en la que flota la escurridiza materia de que está hecho el talento, la capacidad de algunos humildes -el único abono imprescindible para que el talento aflore es la humildad- jugadores a dioses que les permite dar forma a lo informe, hacer luz con sombrío, convertir lo duro en tierno y lo inefable en dicho.
Los ojos del instinto
David Trueba es un cineasta de esta gran estirpe. Las porosas, vivas pese a ser mortecinas -pues sonriendo nos cuentan que bajo el despertar del sexo asoma el hocico la primera percepción de la muerte-, imágenes por donde discurre "La buena vida" son indicio de que detrás de ellas hay un artista capaz de situar su oficio a la altura de los ojos de su instinto y que por ello puede y logra apretar en un relato sencillo muchísimas complejidades.
... Y que introduce en una fábula amarga la presencia de lo dulce y lo amable: ese choque de sabores y sensaciones encontradas (y sin embargo en desconcertante acuerdo) que plasmadas en una pantalla humedecen con lágrimas la sonrisa que provocan. Es este glorioso acuerdo de contrarios algo que únicamente crea la presencia en una pantalla de auténtica gente viva, que no conocemos pero que inesperadamente (albergados fuera y hechos cosa) reconocemos sorprendidos, conmovidos, agradecidos.
Y "La buena vida" es toda alma. ¿Hay un maestro detrás de ella? Lo hay, aunque David Trueba es casi un niño en un oficio para curtidos. Crea verdad, ternura y elegancia. Nos reconcilia con nuestros desacuerdos, nos recuerda los olvidos y logra hacernos literalmente volar con sus fantasmas íntimos sobre los techos de París. Es dueño del misterio del talento y su don de la sencillez deja la puerta abierta a la esperanza de que siga siendo humilde y ahonde en el creador ingénito que lleva dentro.» El País a 18-12-1996
Ésta es la historia de Samuel y Eva. Acaban de llegar a Madrid. Acaban de instalarse a vivir juntos. Eva toca la viola en una orquesta. Samuel ha entrado a trabajar como fotógrafo en un semanario de información general llamado "Todo Noticias". El futuro se presenta como un lugar desconocido, donde nada está bajo control, donde a veces da miedo aventurarse. Ésta es una historia de amor. Y como todas, empieza bien. Lo que nadie sabe a ciencia cierta es cómo termina. Ni dónde los lleva. Ni si alguna flor resiste al ácido sulfúrico.
Lo confieso: nunca quise leer este guión. Es más: juré y perjuré que no iba a leerlo. Tenía mis motivos para ello. El primero y más evidente es que, del mismo modo que soy el peor espectador posible de "Soldados de Salamina" (la película), soy también el peor lector posible de "Soldados de Salamina" (el guión), por la sencilla razón de que soy el autor de "Soldados de Salamina" (la novela): nadie es perfecto. El segundo motivo es que, antes de leer este guión, yo creía que no sabía leer guiones, entre otras cosas porque apenas había leído en serio alguno y pensaba que, a diferencia de —pongamos— una novela, un guión no es una obra acabada, que está ahí para gozar de ella, sino una mera partitura, que está ahí para ser usada y sólo adquiere pleno sentido cuando alguien la interpreta, es decir, cuando alguien convierte el guión en película; ahora sigo creyendo más o menos lo mismo, pero eso ya no me impide gozar de un guión como de una obra acabada, porque sé que todas las obras están inacabadas (...) (...) Como siempre he pensado que es peor acertar por cuenta ajena que equivocarse por propia cuenta, juré y perjuré que no iba a leer "Soldados de Salamina" (el guión), pero lo leí a la primera oportunidad que tuve. (Nadie es perfecto.) Lo empecé a leer en la cafetería del aeropuerto de El Prat, en Barcelona, y lo terminé de leer cuando mi avión aterrizaba en el aeropuerto Charles de Gaulle, en París. Me conmovió, ahora no recuerdo exactamente por qué. David Trueba estaba sentado a mi lado, así que, para disimular la emoción, mirando de reojo a David Trueba pensé que había hecho bien en leer el guión, porque era preferible que David Trueba acertara por su cuenta a que yo me equivocara por cuenta propia; luego pensé que David Trueba me había traicionado (...) Javier Cercas