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La pregunta central de este libro es: ¿narra la Biblia hechos constatables históricamente? Esta pregunta ha hecho que durante los últimos ciento cincuenta años los expertos hayan librado una auténtica guerra. Últimamente, ciertos descubrimientos espectaculares realizados por la arqueología bíblica han planteado dudas importantes sobre la versión más difundida del antiguo Israel y la tradición judeocristiana. Los autores de La Biblia desenterrada, un arqueólogo y un historiador, muestran las drásticas divergencias existentes entre lo que dice la Biblia y la realidad arqueológica. Ofrecen una nueva versión de la historia del antiguo Israel y utilizan todo el peso de los testimonios arqueológicos para resolver la cuestión de cuándo, dónde y por qué comenzó a escribirse la Biblia.
¿Qué sabemos sobre la época de los patriarcas? ¿Cuándo surgió por vez primera el monoteísmo? ¿Cuándo y dónde aparecieron los primeros israelitas? ¿Cómo comenzó a ocupar el pueblo de Israel la Tierra Prometida? ¿Qué extensión tuvo el reino de David y Salomón? ¿Cuándo y por qué llegó Jerusalén a ser la capital del antiguo Israel? Todas estas preguntas tienen respuestas nuevas.
Los autores verifican que no hay pruebas arqueológicas del éxodo, la conquista de Canaán por Josué, la extensa “monarquía unificada" de David y Salomón o la existencia de los patriarcas.
¿Qué es el autismo? O más importante aún, ¿podemos aislar y eliminar el gen del autismo sin acabar con los genios? El periodista Steve Silberman trabajaba hace una década en una serie de entrevistas sobre los grandes genios de Silicon Valley cuando cayó en la cuenta de que muchos de ellos tenían hijos autistas. Siguió investigando y recopilando las informaciones que ahora presenta en esta obra que da cuenta del hallazgo y evolución del trastorno, pero también de las implicaciones sociales y políticas que ha tenido su tratamiento y estudio. Porque esas dos ideas que definen a los autistas, bien como genios con unas habilidades únicas, bien como las víctimas de un trastorno con discapacidades severas, no sólo perdura, sino que está en el origen mismo de su diagnóstico. Leo Kanner, en Estados Unidos, y Hans Asperger, en la Viena ocupada, fueron dos médicos que en los años cuarenta trabajaron de forma simultánea con pacientes afectados. La segunda guerra mundial mantendría ocultos durante décadas los estudios de Asperger y se impondría así la visión pesimista de Kanner, que consideraba al autismo como una grave dolencia de origen psíquico, estigmatizando y martirizando con ello a los pacientes y a sus familias. Sin embargo, hoy sabemos que el autismo es la constatación de nuestra neurodiversidad y que ha sido un factor determinante en la historia de la humanidad para el progreso científico e intelectual. Como bien apunta Silberman en su libro, es el momento de romper con la visión convencional que se tiene del autismo y de buscar, a través del respeto, el apoyo y la tecnología, nuevas maneras de integrar en la sociedad a aquellos con diferencias cognitivas.