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Sin duda", una de las obras que más influjo han ejercido en la literatura europea es la de FRANCESCO PETRARCA (1304-1374), destacado representante de la corriente renovadora del saber que se halla en el origen del Renacimiento. Filólogo iniciador de la historia de las letras y de la ciencia de la historia, filósofo y latinista, Petrarca –posterior en sólo una generación al autor de la «Divina Comedia» (L 5569) y contemporáneo de Boccaccio, cuya amistad cultivó– es más conocido en la actualidad por la recopilación de sus composiciones en lengua vulgar, conocida generalmente con el nombre de CANCIONERO, en las cuales volcó la expresión de un amor ya de nuevo signo, puramente humano. Reflejo de la experiencia de toda una vida –no cesó de reordenar y corregir sus poemas a lo largo de su existencia–, biografía espiritual, más que sentimental, los 317 sonetos, 29 canciones, 9 sextinas, 7 baladas y 4 madrigales que lo componen son, como apunta en su iluminadora introducción Ángel Crespo –autor también de la traducción–, el «producto orgánico de una experiencia largamente meditada», pero asimismo, en no menor medida, hijos legítimos «no sólo de su amor por Laura," sino también de su sabiduría y erudición».
Francesco Petrarca (1304-1374) nos ha dejado un número inmenso de testimonios sobre sí mismo y su vida. Buena parte de su obra puede considerarse una especie de autobiografía ideal, donde el autor traza las líneas de su propia personalidad y el perfil de una nueva figura intelectual. Poeta innovador, intelectual original, humanista, Petrarca pone en el centro de su actividad el amor y el conocimiento de la antigüedad, elevándola al rango de paradigma del comportamiento y de la conciencia del hombre.Los «Triunfos» tienen como protagonista al autor mismo. El mecanismo narrativo consiste en una serie de fuerzas que se imponen cada una sobre la anterior, hasta llegar a la eliminación de todas ellas y al único triunfo que cuenta, el de la Eternidad. La acción se origina a partir de la superación de los elementos "negativos" (amor, muerte, tiempo) por parte de los elementos "positivos" (castidad, fama, eternidad), lo que a su vez configura una lucha entre fuerzas naturales y fuerzas trascendentes, que conduce al aniquilamiento de todo lo terrenal, en favor de la pura visión de Dios.
La historia temprana del humanismo, el movimiento nacido en la Italia del siglo XV que propugnó con éxito la vuelta al estudio de la cultura griega y romana, queda muy bien reflejada en esta antología de cinco ilustres pioneros del movimiento: la famosa carta en la que Petrarca recuerda su subida al monte Ventoso para leer las "Confesiones" de San Agustín; el platónico "Diálogo a Pier Paolo Vergerio" de Leonardo Bruni; los evocadores textos sobre la grandeza latina del refinado Lorenzo Valla, el estupendo "Discurso de la dignidad del hombre" del joven y desaforado Pico della Mirandola, y, finalmente, unos satíricos "Entremeses" de León Battista Alberti.
Considerado un texto clave en la historia del alpinismo, el ascenso a esta montaña de la Provenza francesa por parte del poeta Petrarca, en compañía de su hermano Gherardo, constituye un episodio nada frecuente en la época. Parece que tan extraño impulso de los hermanos tuvo por deseo imitar la ascensión de Filipo V de Macedonia al monte Hemo de Tesalia, una ascensión narrada por Tito Livio, con la excusa de contemplar los mares Adriático y Euxino. Petrarca da cuenta en esta carta de las emociones que le suscita la aventura y se deleita con la contemplación del paisaje, como podría hacerlo un montañero de nuestros días. Solo que lleva consigo las «Confesiones» de san Agustín y con ellas la tiesura entre cierto canon moral sobre la metáfora de elevación que sustrae de la propia montaña y el placer sublime y sensual que procura la experiencia de la escalada y la percepción estética de la naturaleza.