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No es posible el crecimiento continuo en un planeta limitado. La economía del «crecimiento» del actual sistema capitalista, lejos de producir bienestar y satisfacción de las necesidades para toda la humanidad, ha conseguido asentar la denominada sociedad del 20/80: unos pocos son muchísimo más ricos, mientras que la mayoría se precipita al abismo de la pobreza, la explotación y la miseria. Al mismo tiempo, el planeta es esquilmado, saqueado en sus recursos limitados y empujado hacia una catástrofe ecológica que pone en serio peligro la vida sobre la Tierra y la supervivencia de las futuras generaciones.
Sabemos que únicamente la ruptura con el sistema capitalista, con su consumismo, su productivismo y su despilfarro, puede evitar el desastre.
El decrecimiento es la opción deliberada por un nuevo estilo de vida, individual y colectivo, que ponga en el centro los valores humanistas: la justicia social, las relaciones cercanas, la cooperación, la redistribución económica, la participación democrática, la solidaridad, la educación crítica, el cultivo de las artes, etc.
Por eso, el decrecimiento implica construir nuevas formas de socialización educativa que antepongan el mantenimiento de la vida y el bien común a la obtención de beneficios económicos de unos pocos. Esto es lo que debe permanecer en el corazón de los centros educativos: la configuración de un nuevo imaginario colectivo en las futuras generaciones que permita que aprendan a cambiar el mundo y hacerlo más justo, sostenible y habitable.
Alfonso XIII (Madrid 1886-Roma 1941) fue uno de los personajes más poderosos y controvertidos del siglo XX español. Su reinado cambió el país. Al llegar a la mayoría de edad, en 1902, le presentaron como el salvador de España. Pero tres décadas más tarde, en 1931, tuvo que partir al exilio, barrido por los republicanos y acusado de corrupto. Este libro estudia su figura desde un punto de vista inédito: el de las relaciones entre monarquía e identidad nacional. Como otros monarcas, adoptó el lenguaje del nacionalismo y el gusto por los espectáculos dinásticos. Viajes, fiestas cortesanas y ceremonias masivas salpicaron su imagen pública. Encantador e irreflexivo, interpretó múltiples papeles: soldado valeroso, aristócrata a la moderna, deportista y dandi cosmopolita, diplomático o príncipe humanitario, a nadie dejaba indiferente. Sin embargo, Alfonso XIII nunca aceptó un mero papel simbólico y representativo, sino que quiso ser un rey patriota, activo y comprometido con la vida política de su tiempo. Alentado por la mayoría de las fuerzas políticas y convencido de su personal sintonía con el pueblo, ejerció hasta el límite sus poderes constitucionales. Evolucionó de un españolismo regeneracionista, compatible con los proyectos liberales, a posiciones contrarrevolucionarias que desconfiaban del Parlamento y fundían a España con la fe católica. Así pues, no se erigió en un emblema nacional indiscutido, a salvo de las luchas partidistas, sino que acabó por respaldar una dictadura militar que sólo convencía a una parte de la opinión. Su trayectoria, tan rica como apasionante, nos habla de graves conflictos, sobre la nación y la monarquía, que aún resuenan entre nosotros.
En defensa de la filosofía y contra la manipulación de nuestras emociones
Vivimos en una sociedad en la que la tecnología cada vez tiene más protagonismo, donde impera el ruido permanente, la hiperestimulación constante y una violenta rapidez. Un mundo en el que la silenciosa dominación de nuestras emociones gobierna todos los ámbitos de nuestra vida. Ante esta realidad, el presente libro propone una filosofía de la resistencia que nos permita cultivar el cuidado de la atención, plantar cara a esa emotiocracia (dictadura de las emociones) y que nos empuje a desarrollar con compromiso una nueva manera de desear con el fin de ser más conscientes y responsablemente libres frente a los malestares
contemporáneos. Pensar y actuar: una revolución intelectual que pasa por dejar de observar la realidad como sujetos pasivos para tomarla en nuestras manos como agentes activos y poder pensarla, sí, pero, sobre todo, transformarla.