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2 libros encontrados buscando autor: Isidore Ducasse

www.paquebote.com > Isidore Ducasse

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ISBN:

978-84-8472-827-6

Poesías

Editorial: Renacimiento   Fecha de publicación:    Páginas: 148
Formato: Rústica, 21 x 15 cm.
Precio: 14,00
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Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, nació el 4 de abril de 1846 en Montevideo y murió en París el 24 de noviembre de 1870. Nació y murió entre los sobresaltos de la guerra: en 1846 bajo el cerco de las tropas argentinas y en 1870 durante el sitio de París por el ejército prusiano. Absolutamente ignorado por la crítica de su tiempo Los cantos de Maldoror y las Poesías se reeditaron cincuenta años después de la muerte de su autor gracias a los cuidados de un grupo de poetas que en París iniciaban la aventura del surrealismo. Sin pretenderlo, su impúdica presencia en la historia de la literatura es saludada hoy, a la vez, por los escritores iconoclastas y los guardianes del idioma. Ángel Pariente es autor de cuatro libros de poesía: Este error (1968), Ser alguna vez (1981), Oscuro corazón de la llama (1996) y De provincia (2010). Ha publicado una traducción anotada de Los cantos de Maldoror (2000) y un Diccionario bibliográfico de la poesía española del siglo XX (2003) que ha obtenido el Premio de Bibliografía 2002 de la Biblioteca Nacional.


ISBN:

84-249-2718-4

Los cantos maldoror. Poesias

Editorial: Gredos   Fecha de publicación:    Páginas: 344
Formato: Cartoné 21 x 15 cm.
Precio: 27,96
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Introducción Luis A. de Villena. Traducción y notas Carlos R. Méndez.
El Canto Primero de "Los cantos de Maldoror" se publicó en París en agosto de 1868, sin pseudónimo ni nombre de autor. En enero de 1869 (con pequeñas correcciones, entre ellas un asterisco donde estaba el nombre Dazet) el mismo canto se reproduce en un volumen colectivo de poesías, editado en Burdeos, con el título de Parfums de l’âme (Perfumes del alma). Finalmente los seis cantos —con nuevas y mayores correcciones en el primero— aparecerán en el verano de 1869, firmados por Le Comte de Lautréamont. La edición, ubicada en París, pero hecha en Bruselas, no llegó a distribuirse. El autor dispuso de unos veinte ejemplares, que mandó a algunos amigos o conocidos. Sabemos también que el editor Albert Lacroix (asociado con Verboeckhoven) obró por miedo a la censura o a la Justicia, y no sabemos en qué medida pudo contagiar ese miedo al autor que —meses después— se mostrará muy lejano al mundo de Los cantos. La historia de Maldoror, consiguientemente, es póstuma, y en realidad se abre con la edición de Léon Genonceaux, en 1890. (Aunque los restos de la corta primera edición —rarísima— parece que se pusieron a la venta en 1875.)
¿Por qué tuvieron miedo el editor y acaso el autor en dar a luz —en distribuir— Los cantos de Maldoror? ¿Por su malditismo negro? Más claramente, por su exceso. Entre transformaciones zoológicas (hay mucha zoología en el libro) y escenas sádicas, Los cantos de Maldoror viene a ser una suerte de novela lírica resuelta en poemas en prosa, donde se narran las andanzas de Maldoror, personaje siniestro, triste, lúgubre, desolado y excesivo que es un alter ego de Lautréamont y también del propio Ducasse, pues alguna vez se le alude como el Montevideano. Entre transformaciones o metamorfosis, alucinaciones, pesadillas y crímenes, Maldoror va recorriendo el mundo, en odio al Creador y a las criaturas. Oscuro, misterioso, criminal, insomne, Maldoror galopa, buscando bellezas que no son de este mundo (como el hermafrodita, la célebre y rabiosa hembra de tiburón con la que copula o el hombre-pez), deleitándose en la crueldad y el mal, y blasfemando de un Dios sucio. Las escenas francamente sádicas son frecuentes, como la atracción inmisericorde de Maldoror —pues los hiere o mata— por bellos adolescentes de ambos sexos, pero singularmente masculinos, y varios de ellos con nombre propio... (Mario, Falmer, Réginald o Mervyn, «ese hijo de la rubia Inglaterra»). Esa afanosa y brutal obsesión por los bellos adolescentes, a los que adora y destruye, subraya un claro componente homoerótico y pederástico en Los cantos que se intensifica según avanzan. ¿Transposición de frustrados deseos de Ducasse? ¿Meramente satanismo malditista? ¿O un afán de liberarse de lo reprimido, mencionándolo y dándole cuerpo, aunque dentro de la crueldad? «Adolescente, ¿tiemblas de miedo al leerme? (...) Pero tienes razón: desconfía de mí, sobre todo si eres bello».
Una lectura realista de Los cantos de Maldoror (que se cierran directamente en las calles de París) sólo verá blasfemias excrementicias, insania, odio, erotismo perverso, transgresión criminal, metamorfosis o visiones de animales abominados (sapos, piojos), en suma, eros desnortado y locura. (Algunos entre los primeros lectores de Lautréamont lo tuvieron por realmente loco, pese a la obvia vinculación gótica.) Sin embargo, otra lectura más simbólica —que no abandona del todo el plano realista— verá en Los cantos una suerte de inverso manual de liberación. Maldoror (en la tradición del Romanticismo negro) rompe las compuertas del horror y de la represión para mostrarnos —simbólicamente— qué luz habría, qué angélico mundo otro, si lográsemos superar la actual escoria. Así es que el sadismo o la blasfemia sólo serían emblemas transgresivos. Invocaciones a la luz, a través de la oscuridad. Umbrales que es necesario abolir —signos de lo reprimido— para llegar a otro orbe más puro. Hay pues —entre otras— una lectura maldita de Los cantos (en los que, en el fondo, siempre se vio una rara pureza) y otra lectura más positiva o constructiva, claramente liberadora dentro del tenebrismo, que es la que inauguraron los surrealistas. El crimen es contra la moral vigente —pensaron—, no contra la vida...



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