Son diversos los caminos que se pueden recorrer para exponer la complejidad que el pensamiento leibniziano ofrece a la comprensión; caminos que se derivan, entre otras cosas, de las múltiples facetas de su personalidad científica y humana, así como de la abundancia y dispersión de sus escritos. En esta obra se ha escogido uno de los muchos caminos posibles: hacer un seguimiento del principio de continuidad, que permite acceder a las diversas parcelas de su pensamiento. El principio de continuidad se presenta, pues, como el ovillo de hilo mágico de Ariadna gracias al cual podemos guiarnos a través del laberinto o de los laberintos que nos muestra Leibniz. Precisamente, la del laberinto es una de sus metáforas favoritas. Son dos los laberintos donde el filósofo de los principios cree que se extravía nuestra razón: el del continuo, que hace referencia al problema de la continuidad y las antinomias del infinito; y el laberinto que hace referencia al problema de la libertad y la necesidad.