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NOVELA. CUENTO. NARRATIVA.
«He aquí el compendio de un alma que se nos entrega a la vez sin pudor y sin ruido. Perteneciente a ese tipo de libros deliciosos, marcados por la soberanía del apunte y llenos de engañosa cercanía y de cuidadosa espontaneidad, lo transparente y lo meramente insinuado se quitan la vez en El juego de la taba para dejar sobre el lector un empañamiento amistoso que poco a poco lo va ganando, lo va llevando de la esquina de las confidencias compartidas al solar crudo de las proclamaciones incontestables.
Y es que en los distintos estratos de El juego de la taba se impone un estilo de vida: el del poeta, fundado en la capacidad de inaugurar cada vez todo aquello que le sucede. Todo ello conducido por la franqueza decisiva de Elías Moro, que sabe —como Canetti, como Handke, como Walser— que hay más lucidez en la escritura rebañada de lo consabido que en la búsqueda de lo inaudito. Extraordinaria escritura, propone un modo de confiar en la vida que convierte a Elías Moro en cómplice capaz de poner sentido y sensibilidad en ese rumor desatinado que es vivir.» (Tomás Sánchez Santiago).
«El juego de la taba:
Manosear los huesos de los muertos es, en nuestra cultura, casi un signo de aberración. Pero si los huesos de que hablamos son los de un animal, ese acto lo transformamos, sin remordimiento alguno, en juego, en celebración.
¿Y dónde está la diferencia?».
Elías Moro (Madrid, 1959) reside en Mérida desde 1982. Ha publicado los libros de poesía Contrabando, Casi Humanos (bestiario), Palos de ciego, La tabla del 3 y la antología poética En piel y huesos. En prosa, el volumen de textos breves Me acuerdo y el libro de relatos Óbitos súbitos.
El interés de este libro radica en su propósito central: ofrecer al lector una introducción general a la sociología con todos los elementos que le son propios pero sin caer en las matrices prefiguradas (“individuo”, “sociedad”, “comunidad”, “familia”, “rol”, etc.) que la identifican como ciencia social pero que a la vez constituyen sus más serias trabas conceptuales. Se trata, pues, de una sociología fundamental en la medida en que apunta a los procesos e incidencias de la interacción social en una instancia, si se quiere, precategorial del conocimiento. Colocado en esta posición, Elias busca una nueva definición de lo social y para ello propone en este libro distintos accesos, por medio de modelos de juego, entramados y figuraciones, y concibe nociones tales como distanciamiento, monopolización, desplazamiento, que supone aptas para rediseñar la representación actual de la sociedad.
El legado de Ana Frank no termina en su diario
Varios miles de cartas, documentos y fotografías de la familia Frank sobrevivieron, casi de milagro, al turbulento siglo XX en el desván de una casa de Basilea. Este extraordinario hallazgo ha permitido reconstruir tres siglos de historia de la familia de Ana Frank, desde la vida humilde de su tatarabuelo en el gueto de Frankfurt hasta el triste fin de la estirpe en Amsterdam, pasando por el primer profesor universitario judío de Alemania y las veladas cosmopolitas en la mansión de la abuela de Ana.
«Mirjam Pressler ha convertido el destino de la familia en una novela. Una obra conmovedora.»
Frankfurter Allgemeine Zeitung
La muerte fue uno de los temas presentes siempre en la obra de Elías Canetti (Rutshuk, Bulgaria, 1905 - Zurich, Suiza, 1994). A lo largo de su vida, trabajó en ese Libro de los muertos en el que volcaba apuntes, aforismos y citas. Ahora se presenta este volumen sabio y mordaz que uno de los grandes escritores del siglo XX conservaba en una carpeta.
"Cincuenta y cuatro marineros chinos amenazados de expulsión por negarse a salir de nuevo a la mar tras haber sido torpedeados, adujeron que eran canadienses por reencarnación. Dijeron que habían muerto en el Atlántico después de que su barco fuera torpedeado y se habían reencarnado en un barco canadiense que los recogió. Las autoridades canadienses no estuvieron de acuerdo con esta explicación y los chinos tuvieron que hacerse de nuevo a la mar..."
"Por cada persona que caiga en esta guerra, por cada persona que muera mientras yo mismo siga vivo, deberá encenderse en mí un pensamiento. De no ser así, ¿qué otras velas tendría? No las conozco, pero son más que parientes para mí. En esos cirios de difuntos deberán darse a conocer. Yo no las he robado, pero tampoco las he salvado. ¡Ay de mí si dejo que se apaguen!"