Los poemas de esta obra proceden de tres momentos diferentes que reúno porque guardan un hilo existencial compartido. El atardecer es un anuncio que empareja un tono vital peculiar: de recogida, paseo y final del día. Cada atardecer, aunque llega siempre, es distinto. Como la vida de cada uno, también tiene su tiempo, su espacio y su profundidad, y uno la vive y la consume con su propia forma de pensar y de sentir. Aquí, en estos poemas se muestra mi mirada sobre el mundo, los hombres, el dolor, la conciencia de nuestra condición mortal; es una mirada limpia y acompañada de una conciencia transida de un velo transparente que evita la entrada de la ilusión y del engaño, porque en el recuerdo de los que se fueron se conoce la verdad que nos corresponde. Un día se entra en el camino de la tristeza y entonces comienzas a comprender.

Los poemas que integran esta obra señalan mojones que indican una ruta emocional recorrida a lo largo de un trayecto. Son momentos, hechos, sensaciones, pensamientos que han ido definiendo la breve vida de un hombre que, tras consumir ya gran parte del tiempo otorgado, ha querido mirar retrospectivamente para ver las situaciones, los instantes, los lugares y las personas que han marcado las huellas más genuinas en la construcción de la propia identidad. Hay en ellos una verdad poética que no oculta las cicatrices que dejan el amor, el dolor y el fracaso en el transcurso imprevisto con que un carácter va anunciando su destino.