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Reparación y reconciliación son un plus de amor, un desbordamiento de la medida de la caridad. Estos dos términos no tendrían mayor alcance sin sus protagonistas, mujeres y hombres que desde dentro se revisten, sin afanes de superhéroes mediáticos, de reparadores y reconciliadores. Vidas capaces de superar la indiferencia y el derrotismo ante cuanto deshumaniza la dignidad de todo viviente. Gentes que en lo insospechado de cualquier lugar y circunstancia, sin ingenuidad alguna, se descubre a sí misma reparada y reconciliada, es decir, amada. Modelos no faltan. Entre tantos modelos, uno, el protagonista de aquel relato que sigue proclamándose por todas partes. Personaje incómodo, poco aceptado, de los que no encajan fácilmente en el gusto ni el sentir propio o ajeno. Un tal, extranjero en todo caso, que yendo de camino quiso detenerse, supo ver y sintió compasión ante el sufrimiento ajeno. Todo en su vida, tiempo, cuanto tenía, e incluso su futuro, quedó graciosamente comprometido con quien había sido golpeado por el desamor y la rapiña. A pesar de tanto mal, abrió para sí mismo y para otros una ventana a una mañana diversa que comenzaba ya en aquella víspera reparadora. Lo cierto es que quien esto cuenta no termina de hacerlo sin dejar de añadir a su relato un vivificante: «Vete y haz tú lo mismo». Repara y reconcilia. Los coautores de esta obra, toda ella variaciones sobre un mismo tema, interpretan una polifónica melodía que acerca el eco de una nítida provocación primordial: humanizar.