Antonio Bonet Correa siguió con gran fascinación, casi desde sus inicios, los pasos del pintor Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948). El artista se convierte en este libro en el espejo en el que se contempla el historiador del arte. De ahí que estas páginas que les dedica a la vida y la obra del artista estén repletas de emocionantes pinceladas autobiográficas (muchas de ellas referidas a su infancia coruñesa y lucense, y a sus relaciones, en París, Madrid y Sevilla, con los creadores de su generación), y que constituyan al tiempo una suerte de testamento estético y vital de Bonet Correa. De Pérez Villalta le atraen su pasión por la Antigüedad clásica y por la mitología, su conocimiento de la historia del arte y de los tratados, su pasión por el barroco y el rococó, su vocación frustrada de arquitecto, su interés por las construcciones demóticas de la Costa del Sol y otros espacios españoles. El libro, que el autor dejó inacabado y ha sido editado por su hijo, Juan Manuel Bonet, incluye un apéndice de este último, un prólogo del propio Pérez Villalta y un epílogo de Estrella de Diego. En él se reproducen además numerosas obras del pintor y de los "afines". En definitiva, es un maravilloso viaje artístico de la mano de un gran maestro.
Leer a manotrata de la percepción, algo que no atañe solo a la vista: las obras de arte y los edificios poseen cualidades táctiles, que influyen, hasta de forma inconsciente, en las sensaciones que nos producen. También es un «elogio de la lentitud» aplicado a las artes y a la arquitectura, una defensa del ritmo pausado que se precisa tanto para crear algo como para contemplarlo y comprenderlo.
Las artes y los oficios conllevan experiencias que nos conforman como humanos. Sus frutos —pinturas, esculturas, edificios, novelas, cómics, películas— poseen valor por ser el resultado, necesariamente imperfecto y en gran parte imprevisible, de la lucha de determinados seres humanos en incruentos campos de batalla, sembrados de estímulos y de limitaciones.
Crear y producir no son lo mismo. Crear es un acto en el que interviene toda la fuerza y volubilidad que late en cualquier vivencia; producir es replicar los resultados aparentes de la creación en lo que viene a ser un simulacro, donde prevalecen la previsibilidad y el sometimiento a la rentabilidad que impera en cualquier bien de mercado. Ante esta encrucijada, crear, incluso cuando uno busque ganarse la vida con ello, puede convertirse en un acto revolucionario; un gesto de resistencia ante la mercantilización que impregna en nuestros días cada una de las actividades humanas.
Las artes y la arquitectura no pueden convertirse en el resultado de procesos ajenos al devenir vital de quienes las creamos, contemplamos, usamos y habitamos.
En la década de los 70, la escena artística española (al tiempo que en Occidente se hablaba de "retorno de la pintura") contempló la aparición de un grupo de creadores y escritores de arte que defendían la necesidad de una pintura "culta y placentera, compleja y gozosa" al decir de uno de ellos. Postulaban un cambio de época frente al informalismo, los realismos (políticos o no) y las prácticas conceptuales que habían prescindido de la pintura. Exhibían unas referencias culturales cosmopolitas y novedosas en el país, pero no consiguieron ocupar el sistema del arte, seguramente por el crecimiento de la industria cultural que tuvo lugar en los primeros años de la transición democrática y por la atención del Estado a otras manifestaciones artísticas. Julián Díaz Sánchez indaga en este brillante ensayo las razones de ese enigmático olvido a través de los textos críticos que se generaron en torno a artistas como Carlos Alcolea, Rafael Pérez Mínguez, Guillermo Pérez Villalta o Luis Gordillo (pertenecientes a la Nueva Figuración Madrileña), por un lado, y a José Manuel Broto, Xavier Grau, Federico Jiménez Losantos, Javier Rubio y Gonzalo Tena (pintores del grupo Trama), por otro.
'For me, it's really the joy of looking out into the world and getting this positive energy... It's opening up our vision, and how we look'—David HockneyWhen David Hockney discovered the iPhone as an artistic medium, it opened up entirely new possibilities for his art. He made his first digital paintings in spring 2009, describing the morning landscape in broad lines and dazzling colors directly on a display that offered subtle hues as unmixed expressions of pure light. Then in 2010, Hockney started working with an iPad, and the larger screen expanded his artistic repertoire and enabled an even more complex interplay of color, light, and line. Each image in this book captures a fleeting moment seen through a window in Hockney’s Yorkshire home: from vibrant sunrise and lilac morning sky to peaceful night-time impressions or the sudden arrival of spring. Fascinating details reveal drops on window panes, distant lights in the night, reflections on vases or an abundance of varied window-sill vegetation. In 120 paintings made between 2009 and 2012, selected and arranged by the artist himself, we experience the passage of time through the eyes of David Hockney.
This artist’s book, which first appeared in an exclusive signed edition in 2020, now returns in a wallet-friendly pocket edition. So now is the perfect occasion to heed the advice of the Times critic regarding this book: “If you would like to be given a bouquet by David Hockney, here is your chance.”