978-84-18997-70-9
Rata contra madame en el metro de Nueva York
Julián Ibañez
Editorial: Cuadernos del Laberinto Fecha de publicación: 15/04/2024 Páginas: 144Formato: Rústica
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El giley es un juego antiguo. Los monarcas se jugaban a las cartas los doblones de oro y a veces el reino...
algunos, como el policía Cobos, se juegan la vida. Cobos, descendido de Madrid al paisaje ocre de Puertollano, es un
policía que regenta un garito ilegal donde juegan quinquis, chulos y borrachos y, en teoría, se encarga de Lesiones y
Menores en la comisaría. Fardón y farolero, a Cobos le agrede en el portal de su propio garito una rubia ceñida a un
vestido rosa calabaza y que no tiene el gusto de conocer, pero a quien comenzará a buscar como una novia despechada.
Tres días después, la Guardia Civil la saca de un riachuelo cerca de Puertollano y Cobos se dará cuenta de que, por
presumir, ha repartido cartas de sospechoso en una partida que acabará entre rejas o aún peor. Julián Ibáñez (Santander,
1940) estudió Ciencias en la Universidad de Valladolid y guión en la Escuela Oficial de Cine de Madrid. Durante diez
años residió en diferentes países y actualmente vive a Argés (Toledo), dedicado a la escritura y a la pesca. Reconocido
autor de novela negra, Ibáñez ha publicado títulos como La triple dama, Mi nombre es Novoa, Entre trago y trago y La
miel y el cuchillo. Además, también lo es de títulos juveniles como Crimen supertranquilo, Los gorilas no bromean con
la corbata o Me gusta ayudar a las pelirrojas.
Maza, un tipo duro, regenta El Oasis, un club de mala muerte en una carretera de la Mancha. Su vida transcurre monótona, entre timbas y pequeños trapicheos, hasta que aparece María, una gitana que lo hipnotiza, lo fascina y que, como una bomba de relojería, hará estallar un complejo entramado de amores escondidos, obsesiones irracionales, sexo, dinero, robos y saltos al vacío del que nadie saldrá ileso.
Ibáñez nos adentra en un mundo de derrota y supervivencia por donde circulan personajes curtidos en mil batallas. Siempre entre trago y trago.
Un policía sin nombre, un tipo indolente, sin demasiado interés por su trabajo, ejerce en el Grupo de Extranjería de la comisaría del puerto de Bilbao. Durante un turno de noche, el comisario le encarga indagar el paradero de una niña de catorce años. Decide ir a entrevistarse con los padres; la madre resulta ser una mujer dulce y exquisita, en contraste absoluto con la dureza del padre, un antiguo delincuente con un par de largas temporadas de trena. De madrugada llega a comisaría un mensaje de los padres de la niña: ésta ha aparecido sana y salva, agradecen al Grupo el interés que se ha tomado. Pero nada es lo que parece…
Premio Internacional de novela negra L'H Confidencial 2009.
Un policía del Grupo de Localización de Fugitivos sube a un tren nocturno de Alicante a Bilbao. Sigue a una muchacha de 20 años de aire inocente. En Bilbao, el seguimiento continúa si que ni siquiera el policía sepa las razones por las que le han encargado hacerse cargo de un caso de tan poca importancia, al menos aparentemente.
Durante los días siguientes, la Ertzainza se inmiscuirá en el seguimiento, “ofreciendo” ayuda al agente; la Guardia Civil, por su lado, también tomará cartas en el asunto; ETA hará acto de presencia; y todo se complicará sobremanera cuando finalmente se descubra el porqué de tanto interés en una ciudadana cualquiera.
Con esta novela realista y cruda, Julián Ibáñez se convirtió en el ganador del Premio L’H confidencial en su tercera edición.
«Julián Ibáñez está en la primera fila de la novela negra española porque aporta al género un realismo sombrío, un paisaje urbano denso y una tristeza matafísica ambiental que rezuma cada página» Paco Ignacio Taibo II
Levanté la lona. En el fondo de mis ojos se proyectó el bulto borroso de un cuerpo de mujer. Retrocedí, pero sin dejar caer la lona. Me pesó la mano que sostenía el mechero. Camisa de franela a cuadros verdes y rojos, vaqueros. La coleta desaparecía por su hombro derecho y reaparecía a la altura del codo. Ninguna herida a la vista. Tez de yeso, mate, pero con un pequeño brillo en los ojos no cerrados del todo, en las ranuras aparecía un destello diminuto y lejano que sólo podía ser el reflejo de la llama del mechero. La boca entreabierta, los incisivos de un blanco más limpio que la piel, pero, lo advertía por primera vez, dos rayitas negras indicaban que no estaban parejos del todo. Tenía los brazos abiertos de forma forzada, pegados al cuerpo. Las piernas estaban estiradas y juntas, la sombra de una extensa mancha oscura en la entrepierna.pierna.