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2 libros encontrados buscando autor: JOSE.- ESTEBAN

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978-84-8472-107-9

Vituperio y algún elogio de la errata

Editorial: Renacimiento   Año:    Páginas: 124
Formato: Rústica, 18 x 13 cm.
Precio: 9,00
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¡Erratas! ¡Erratas! ¡Pijoteras erratas!
La errata es un microbio de origen desconocido y de picadura irreparable. Quizás Dios no sólo dijo a la mujer: «Parirás con el dolor de tu vientre», y al hombre que ganaría el pan con el sudor de su frente, sino que añadió, suponiendo al intelectual que no suda: «Y tú, hombre, sufrirás, cuando seas intelectual, la mordedura atroz de las erratas».
Así, sucede que después de que hemos corregido segundas, terceras y cuartas «pruebas»; después de que nos hemos cansado de poner ¡¡ojo!! ¡¡ojo!! al margen de las correcciones difíciles; después de que hemos leído el primer pliego salido de la máquina y hasta la hemos mandado parar para que corrigieran las últimas erratas, sin embargo, a la postre, hay erratas aún. Por eso, después de una constante experiencia de estas cosas, he deducido que la errata es un microbio independiente a la higiene del escritor y del cajista. La errata que tiene vida y sagacidad propia se disimula detrás de una supuesta corrección y no saca sus tentáculos sino después de implantada la forma en la máquina, o si aun ahí se la persigue, espera a que vayan tirados los cien primeros ejemplares correctos para brotar después.
Ramón Gómez de la Serna


ISBN:

978-84-96133-44-0

Las mil y una palabras de casa de putas

Editorial: Espuela de Plata   Año:    Páginas: 260
Formato: 21 x 15 cm.
Precio: 15,00
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En el habla del hampa, la mancebía tenía muchos nombres. Llamábase indistintamente aduana, berreadero, cambio, campo de pinos, cerco, cortijo, dehesa, guanta o gualta, manfla, maflota, mesón de las ofensas, montaña, monte, piña y vulgo. Nombrábanla también guisado. Éstas son, al menos, las acepciones que admite Rodríguez Marín en su conocida edición de Rinconete y Cortadillo. Cervantes la denominaba la casa llana. «¡Oh, mesón de las ofensas!», exclamaría Quevedo. Salillas, por su parte, cita, además, casa llana y pisa. Pero también se le llamaba la cueva, el partido, el publique, el burdel o, simple y sencillamente, la casa. A las míseras casucas que las pupilas habitaban en el burdel se les llamaba boticas. De no tener menos nombres que la mancebía sólo podían ufanarse las mujeres que la poblaban. A éstas se les llamaba coimas, gayas, germanas, hurgamanderas, izas, muletas, marcas, marquisas, marañas, pelotas, rabizas, tributos y un largo larguísimo etcétera. De todos modos, cada uno tiene un nombre particular para designar estos lugares. Si todo lo referente a la carne es materia viva y siempre en ebullición, la lengua también lo es, y en todo caso, este divertimento literario es sólo una aproximación al tema.



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