Instalado en su confortable estado de infelicidad permanente, Harry, un arquitecto hedonista y de apellido compuesto, mantiene tres adiciones que no le dejan vivir: la eyaculación precoz, la Fanta de naranja y las comeduras de coco. Un buen día, y de forma inesperada, conoce a una mujer, Niña Laurita, tan dulce en apariencia como joven y guapa, y ante cuya presencia no puede evitar el angustioso sentimiento de pánico que se le viene encima… pues cree, ni más ni menos, que se ha enamorado: un sentimiento angustiante del que intenta escapar sin conseguirlo. A partir de ese momento se adentrará en un mundo de sensaciones desconocidas, ya que esa mujer —ahí donde la ve y de forma sorprendente, pues no tenía conciencia de que ese estado existiera— puede traerle nada menos que la felicidad, algo que siempre le ha importado un rábano y por lo que no está dispuesto a luchar en absoluto.
El miedo a ese inquietante estado y una misoginia que no puede disimular, amén su incapacidad para dominar la eyaculación precoz, darán lugar una relación tormentosa con un final previsible. Pero sabiendo sacar partido a la adversidad, Harry, que se cree muy listo pero es torpe como un oso y está asesorado por unos miembros del hampa nada recomendables, tratará de aprovechar el desastroso final de su relación para instalarse de nuevo en su mundo de infelicidad y queja permanente en el que se encuentra tan gusto. Y así, decide demandar a Niña Laurita ante un “Alto Tribunal” para que rinda cuentas por su procaz comportamiento. Pero sobre todo, por haber intentado hacerle feliz, pretensión femenina habitual realmente imperdonable para un hombre y cuasi delictiva.
La novela da comienzo en los instantes previos al Juicio y se desarrolla durante una “espectacular” vista oral en la que Laurita y Harry dan un ejemplo de combatividad. En su disputa retratan como pueden —tampoco el escritor da para más— el choque que hombres y mujeres mantienen desde la Prehistoria y en cualquier sitio que se encuentren.