Los relatos que aquí se presentan son testimonio de lo que representa Aguilar de Campos en planos muy diversos. La naturaleza es uno de ellos, el arte y la historia otro, pero también lo son las personas que han sido protagonistas de acontecimientos importantes en la Historia de España. Aquí nacieron, vivieron o murieron nobles, militares, juristas, políticos y religiosos que tuvieron un papel muy destacado en el devenir común. También están quienes vinieron a sentir Castilla, a cumplir con sus obligaciones o a hacer fotografías y que de una u otra forma dejaron aquí su huella literaria y artística. Recorrer el pasado es importante, difundirlo y darlo a conocer también.

La fantasía, el humor, el amor, la ironía, la leyenda,
la historia, la tragedia, la guerra, la tierra, el mar, el cielo...
se juntan en esta obra para ofrecernos una serie de amenos relatos que esconden una moraleja más allá de sus palabras.

A la entrada del bosque de Valorio hay un aparcamiento marcado con viejas traviesas del ferrocarril, se accede por un puente de barandilla de hierro, cruzándolo, a pocos metros, había una fuente de dos caños y en la parte opuesta un pilón.
Los vecinos llenaban en la fuente sus botijos, y calmaba la sed de los que se acercaban sedientos. El tubo del caño tenía un taladro en la parte superior, tapando la boca del caño con una mano salía un chorrito vertical. El pilón era el abrevadero donde en tiempos los campesinos que venían de los pueblos cercanos con sus caballerías. El agua fluía constantemente y por un rebosadero lateral del pilón se vertía al suelo y el agua se abría camino permanente hasta el arroyo cercano. Sobre el murete del lado del pilón había un escudo. La imagen era un puente?
Era una mañana animada, la gente iba y venía o permanecían allí retenidos porque no tenían prisa, encuentros entre conocidos, la gente iba y venía. Dejé el coche aparcado y le dije ?buenos días? al dueño del que estaba aparcado a mi lado. Un señor mayor que yo, tardó unos instantes en reaccionar, me dijo que le disculpara, ?soy un poco sordo?. Empezamos a hablar y me contó su interés por la mecánica y, de forma general, por los ingenios humanos. Y lo hizo extensivo a todas las manifestaciones del ingenio y el talento de los humanos. Me contó un caso que le había sucedido en una ciudad portuaria del norte. Un día llevó a un familiar para enseñarle un gran barco que había atracado, un crucero. Me contó que le había respondido en forma de reproche: ?¡Y para esto me has traído hasta aquí!?

Estos poemas muestran el itinerario seguido a la espera, y con la esperanza, de que alguien abriera su casa a la llamada de mis golpes y pudiera escucharse mi voz. Yo llamaba a puertas hospitalarias, tal vez soñadas, que me salvaran de las derrotas y del olvido.

Lo que esconden estas hojas son poemas de reconocimiento en un doble sentido, interno y externo. Por un lado, me reconozco en ellos, me siento reflejado, tengo conciencia de mí. Por otro, reconozco de dónde venimos y a dónde vamos, reconociendo al fin que “Los hombres pasan/ como sombras errantes/ entre dos días”.

“Justo antes de la Pandemia del VHP19, casi en los primeros días del confinamiento obligatorio y drástico, un librillo atrajo mi atención, estaba en francés y que yo sepa no traducido al español y si lo está no me importa. Esta es mi versión. El autor es Charles Victor Daremberg y el título absolutamente sugestivo para mí «La médecine dans Homère». ¿Por qué no –pensé– un confinamiento con Homero y la medicina a través de la mirada de Daremberg, citado por todos los historiadores de la medicina? Un confinamiento sin el mar Egeo a mi alrededor, sin el paisaje homérico, sólo cachivaches, papeles, apuntes, libros, sólo adivinándolo, interiorizando una batalla épica, de hombres contra hombres, de dioses contra hombres y hombres contra dioses, hiriéndose, matándose, destrozándose incluso con trazas de canibalismo y menos mal que al haber tantos dioses y diosas, podían tomar partido y los contendientes no tenían que preguntarse ¿y cuál es tu dios? Sin posibilidad de encontrarse con la respuesta terrible y paradójica –oye, pues el mismo que el tuyo–. Y el resultado es este librillo. Esta incursión en una de las miles de facetas que se pueden encontrar en la Ilíada y la Odisea: la Medicina.”

Siempre observador, Carlos Valentín gustó de dar ese doble sentido a las cosas para darlas un toque graciosillo. Cuando José Luis Coll, allá por 1975, editó su Diccionario, Carlos ya tenía inventadas algunas palabras de las que figuran en este libro. Nunca ha dejado de inventar. Ahora se ha encontrado con tantas que, viendo que dentro de sus conocidos han tenido buena aceptación, ha decidido publicarlas. Si la experiencia le sale bien no descarta publicar un segundo volumen.