Montero Glez (Madrid, 1965) debutó en 1999 con esta novela (que ahora se reedita en una versión reescrita y completa) picaresca, castiza, brillante e insolente, centrada en el enfrentamiento entre dos canallas de los arrabales de Madrid: El Charolín, un ladrón de coches gitano, y Flaco Pimienta, un argentino vengativo. Con un ritmo vertiginoso, que aúna el pasado de los protagonistas con la narración de su enfrentamiento final (mezclado todo con un cuento de fantasmas que El Charolín le cuenta a una gitana para seducirla), la novela asume el esquema de un ajuste de cuentas en medio de un delirio de imaginería cañí. Entre las muchas cosas destacables de la novela, están los diálogos, desmesurados y extravagantes, descendientes directos de los de Valle-Inclán. "Un ambicioso rompecabezas de venganzas cuyas piezas se van insertando con eficacia expeditiva, con elegancia y además con humor" (Javier Calvo, "EL País").

Por este sutilísimo "Tratado de pomofilia" desfilan desde los inquilinos del Edén hasta Cézanne y Picasso

"A buen entendedor pocas palabras bastan. Tomarse las de Villadiego. La carabina de Ambrosio. Estar en la luna de Valencia." Son otras tantas expresiones que usamos a diario en nuestros diálogos, sin pararnos a reflexionar acerca de su significado, casi siempre ligado a su origen. Esta obra singular es el fruto de años de investigación por parte de sus dos autoras, filólogas, pero sobre todo apasionadas por el tema. De muchas de las locuciones han encontrado el origen, que siempre tiene un interés no sólo etimológico sino histórico y anecdótico. Es una obra que trasciende, por ello mismo, su función de consulta para convertirse en un auténtico tesoro de humor acerca de los orígenes de la lengua hablada.