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El mundo es una selva, incluso de culturas, antiguas y modernas, próximas y lejanas, enfrentadas o sincretizadas. Luis Pancorbo, como un cazador recolector de palabras, vuelca sus nuevas exploraciones antropológicas en este libro, fruto de muchos años de experiencia sobre el terreno, desde el bosque tropical al desierto. Son las palabras de muchos acervos, empezando por el nuestro, una biodiversidad cultural a veces en efervescencia y contradicción, lo que hace sentir la urgencia, como dice el autor, «… de ir salvando del olvido cuantos matices se pueda aún de otras maneras de ser y de pensar por esos mundos». Desde Abalorios, la clásica engañifa del blanco, a Zumbayllus, los trompicos que hablan con sus sonidos de un cierto espíritu andino, según Arguedas, van desfilando centenares de voces que describen la pluralidad humana. Y sus chocantes contrastes, desde Papisj, el intercambio de mujeres de los asmat de Nueva Guinea, a la clásica Teodicea que trata de conciliar a Dios con el mal aun cuando la Heyoka, una cofradía de los indios dakota, sostenía que todo es –y va– al revés. No dejando de figurar en el libro la Verwerfung en cuanto rechazo de significantes profundos, y de materias dominantes como el capitalismo, algo bien lejos de culturas indígenas que poseen si acaso altos niveles de sentido comunitario y solidario.
La isla de Chipre reúne muchas de las esencias del Mediterráneo; por un lado, las playas vírgenes de la península de Karpas, en el norte, los mosaicos de Pafos, en el sur, la ciudad de Nicosia, con su arraigada tradición histórica, las mezquitas, las numerosas iglesias ortodoxas, la cocina mixta mediterráneo-oriental… por el otro, la cicatriz del conflicto turco-chipriota que divide su capital. Pero no sufra el viajero, Chipre sigue respirando el sosiego y la serenidad propia de una isla, y la historia reciente no ha logrado borrar las huellas que los fenicios, griegos, romanos, árabes, cruzados, genoveses, turcos e ingleses dejaron a su paso.