978-84-17258-70-2
El sentimiento religioso en la poesía de Unamuno y Cernuda «Convergencias y divergencias»
José Antonio Baños Montero
Editorial: Carena Fecha de publicación: 21/01/2019 Páginas: 480Formato: Rústica
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“Odio y amo. Quizás me preguntes por qué. / No lo sé, pero así lo siento. Y sufro.” Con este breve pero intensísimo dístico, Catulo, poeta latino del siglo I a. de C., inaugura la tradición lírica occidental que intenta expresar, en su radicalidad, las paradojas del sentimiento amoroso. Un sentimiento -el amor erótico- que, en Catulo, oscila entre la afectividad más sublime y la sensualidad más instintiva y obscena de la pasión sexual. Una pasión que no se detiene ante tabúes, normas, leyes ni morales establecidas. Si Catulo aún es visto como un poeta marginal y cuasipornográfico, esta marginalidad ya fue puesta de manifiesto en su época, cuando la República Romana entra en su ocaso.
Pero Catulo también es hijo de las contradicciones de su tiempo, un siglo de profundos cambios políticos (el paso de la República al Imperio) y morales (la evolución de una mentalidad patriarcal y de una sexualidad ‘ortodoxa’ a otra más libre y ‘heterodoxa’, en la que nuestros actuales conceptos de ‘heterosexualidad’ y ‘homosexualidad’ se ponen en cuestión).
Con este ensayo, José Antonio Baños intenta acercar al lector no especializado a un poeta y una época de la historia romana que, como la nuestra, también se encontró insegura ante una profunda crisis de valores. Al igual que en su anterior trabajo sobre el homoerotismo en la poesía griega antigua, aquí también se combinan didactismo, amenidad y rigor, dando a conocer al gran público a un poeta que, hasta el presente, ha sido maltratado por una moral hipócrita y maniquea.
De niño sus hermanos lo llamaban «Tonio». En el colegio lo llamaban «Pique la lune», pincha la luna, por su nariz respingona y su mirada siempre perdida entre las nubes.
Los pobladores del desierto lo llamaban «el comandante de los pájaros», porque iba veloz como una flecha por el cielo con sus aviones.
Consuelo, su esposa, lo llamaba «Pez volador», «Tonnio», «Papú», porque lo amaba y le gustaba ponerle muchos nombres diferentes.
Él se definía «campesino de las estrellas», porque se sentía habitante de un planeta errante suspendido en la Vía Láctea.
Su nombre de bautismo es Antoine de Saint-Exupéry, aunque ahora muchos lo conocen como «El Principito».