978-987-1673-87-2
Figuras de la historia
Jacques Ranciere
Editorial: Eterna Cadencia Fecha de publicación: 02/05/2013 Páginas: 88
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El autor de El maestro ignorante elabora en estas páginas un ensayo sobre las contradicciones y los impasses políticos del arte contemporáneo. Defiende que la estética no es política por accidente sino por esencia. Nace en la tensión irresoluble entre dos políticas opuestas: transformar las formas del arte en formas de la vida colectiva y preservar de cualquier compromiso militante o mercantil la autonomía que conlleva una promesa de autodeterminación.
En El malestar en la estética Rancière contribuye a aclarar lo que significa la estética como régimen de funcionamiento del arte y como matriz discursiva, y trata de comprender el malestar o resentimiento que la palabra misma provoca nuestros días.
Diversos textos escritos por Jacques Rancière, uno de los principales filósofos europeos vivos, entre 1977 y 2009, es decir en los últimos 30 años. Todos ellos parten de un mismo punto: responder a la demanda de un momento presente. A veces esa demanda surge de un conflicto que obliga a tomar partido, como la invasión norteamericana de Irak, la propiedad intelectual o las leyes sobre inmigración; o bien, un aniversario que invita a la reflexión o temas cotidianos que permitan desarticular el funcionamiento del poder y el discurso gobernante. Una denuncia filosófica de un periodo que, para el autor, ha significado una regresión y una contrarrevolución social.
«Destrucción de la democracia en nombre del Corán, expansión guerrera de la democracia identificada con la puesta en práctica del Decálogo, odio a la democracia equiparada al asesinato del pastor divino. Todas estas figuras contemporáneas tienen al menos un mérito: a través del odio que manifiestan contra la democracia o en su nombre, y a través de las amalgamas a las que someten la noción de ella, nos obligan a reencontrar la potencia singular que le es propia. La democracia no es ni esa forma de gobierno que permite a la oligarquía reinar en nombre del pueblo, ni esa forma de sociedad regida por poder de la mercancía. Es la acción que sin cesar arranca a los gobiernos oligárquicos el monopolio de la vida pública, y a la riqueza, la omnipotencia sobre las vidas. Es la potencia que debe batirse, hoy más que nunca, contra la confusión de estos poderes en una sola y misma ley de dominación.»
En el año 1818, Joseph Jacotot, revolucionario exiliado y lector de literatura francesa en la Universidad de Lovaina, empezó a sembrar el pánico en la Europa sabia. No contento con haber enseñado el francés a los estudiantes flamencos sin darles ninguna lección, se puso a enseñar lo que él ignoraba y a proclamar la palabra de orden de la emancipación intelectual: todos los hombres tienen igual inteligencia. Se puede aprender solo, sin maestro explicador, y un padre de familia pobre e ignorante puede hacerse instructor de su hijo. La instrucción es como la libertad: no se da, se toma.
La distancia que el explicador pretende reducir es aquella de la que vive y la que, por tanto, no cesa de reproducir al igual que hace tanto la Escuela como la sociedad pedagogizada. La igualdad no es fin a conseguir, sino punto de partida. Quien justifica su propia explicación en nombre de la igualdad desde una situación desigualitaria la coloca de hecho en un lugar inalcanzable. La igualdad nunca viene después, como un resultado a alcanzar. Ella debe estar siempre delante. Instruir puede significar dos cosas exactamente opuestas: confirmar una incapacidad en el acto mismo que pretende reducirla o, a la inversa, forzar a una capacidad, que se ignora o se niega, a reconocerse y a desarrollar todas las consecuencias de este reconocimiento. El primer acto se llama atontamiento, el segundo emancipación.
Es una cuestión de filosofía: se trata de saber si el acto mismo de recibir la palabra del maestro -la palabra del otro- es un testimonio de igualdad o de desigualdad. Es una cuestión de política: se trata de saber si un sistema de enseñanza tiene como presupuesto una desigualdad para "reducir" o una igualdad para verificar.
La razón no vive sino de igualdad. Pero la ficción social no vive más que los rangos y de sus incansables explicaciones. A quien habla de emancipación y de igualdad de las inteligencias, la razón responde prometiendo el progreso y la reducción de las desigualdades: aún un poco más de explicaciones, de comisiones, de informes, de reformas... y ya llegaremos allí. La sociedad pedagogizada está ante nosotros. Y a su modo irónico, Joseph Jacotot nos desea buenos vientos.
«El que ve no sabe ver»: esta presuposición atraviesa toda nuestra historia, desde la caverna platónica hasta la denuncia de la sociedad del espectáculo. La encontramos tanto en el filósofo que quiere que cada uno se quede en su lugar como en los revolucionarios que quieren arrancar a los dominados de las ilusiones que los someten.
Algunos emplean sutiles explicaciones o instalaciones espectaculares para mostrar a los ciegos lo que no ven. Otros quieren cortar el mal de raíz transformando el espectáculo en acción y al espectador, en hombre activo.
Los estudios aquí reunidos oponen a esas dos estrategias una hipótesis simple: el hecho de ver no implica su invalidez; la transformación en espectadores de los que estaban destinados a sufrir las imposiciones y las jerarquías de la acción ha podido contribuir a alterar las posiciones sociales; y la denuncia del hombre alienado por el exceso de imágenes ha sido, de entrada, la respuesta del orden dominante a ese desorden. La emancipación del espectador es entonces la afirmación de su capacidad para ver lo que ve y para saber qué pensar y qué hacer de ello.
Examinando algunas formas y debates del arte contemporáneo, este libro intenta responder a las siguientes preguntas: ¿qué entender por arte político o política del arte? ¿En qué punto nos encontramos respecto a la tradición del arte crítico y respecto al deseo de introducir el arte en la vida? ¿Cómo se ha convertido la crítica militante de la mercancía y de la imagen en la afirmación melancólica de su omnipotencia o la denuncia reaccionaria del «hombre democrático»?