Dos itinerarios propone El catador de venenos. En los relatos del primero, interior, no hay una materia narrativa exacta para contarnos románticas peripecias de un sujeto protagonista al uso sino una estampida de fogonazos emocionales, de sentimientos universales que van a tejer su propia narración, donde un objeto protagonista resulta juguete de un alborotado juego literario, que no le permitirá discernir si es una mera comparsa, una sombra, un reflejo, una ficción, incluso un apetecible sexo. En el segundo viaje, exterior, emociones y narración son apenas una leve moldura para enmarcar las circunstancias y peripecias de los protagonistas, que hablan y hablan para intentar escapar de su definitiva realidad; no son sombras ni ficciones, y el mecanismo literario no di'uye sus contornos sino que les devuelve su nada condescendiente imagen. Enganchado a todos ellos, el autor bebe de Quevedo y Ciorán, de Lovecraft y Cernuda, de Perucho, Carver y Pessoa, James Osterberg y Cervantes, de donde proceden los sabrosos jugos que han ido sazonando sus insomnios y las criaturas y sensaciones que se le han escapado en estas inciertas historias.
-- Enrique Trogal nació en Cuenca en 1954.