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Un río seco atraviesa el paisaje grandioso y desolado. Un camino se pierde en el horizonte. La caseta de un guardabarrera. Un tendero que piensa en el universo. Un viejo, un niño. La espera. Estamos al norte de Afganistán, durante la guerra con la Unión Soviética. Un viejo llamado Dastguir se dirige con su nieto a una mina de carbón, para comunicar a su hijo que los soviéticos han arrasado la aldea, que todos han muerto bajo el bombardeo, que el niño se ha quedado sordo. Dastguir habla, recorre el infierno de los recuerdos, las esperas, los remordimientos, las conjeturas, las sospechas, el silencio... Dicen en Afganistán que los hombres nunca lloran, pero el viejo dejará que su dolor fluya y las lágrimas caigan sobre su pecho.
Tierra y cenizas, dos palabras que son también dos colores minerales y severos, dos palabras que son también materia, polvo, sustancias inmateriales, impenetrables. Eso es todo lo que queda de Afganistán, un país que encantó a los viajeros y los escritores. El silencio y la lentitud desbordan con gravedad estas páginas.
«Su concisión, la nitidez anhelante de su sufrimiento, su cálido fatalismo, hacen de Rahimi un pariente literario de Beckett», (Jacques-Pierre Amette, Le Point).
«Ya nadie se esperaba que en Afganistán alguien recogiese los trozos del espejo roto de la verdad para escribirla, con palabras de todos los días y ese pudor tan característico de los afganos, y contarnos así todo el país», (Jean-Pierre Perrin, Libération).
«Tierra y cenizas denuncia la guerra ruso-afgana, denuncia todas las guerras. Pero con una poesía de lo ínfimo, inocente, frágil, magnífica, que espera creer aún en la humanidad», (Martine Laval, Télérama).
«Tierra y cenizas es un libro como hay pocos: seco y alucinado, trágico, desolador, irremediable. Un grito sin voz más allá de la desesperación, una puñalada ¿para agujerear qué indiferencia, qué olvido?», (André Velter, Le Monde).
«Novela, cuento, fábula, poco importa: escrito en persa por un afgano exiliado en Francia, he aquí un texto delgado, de una tristeza que encoge el corazón, de una belleza visual sin fin, ensombrecida por el horror de la guerra, donde cada palabra, cada lágrima, cada gesto está computado. Atiq Rahimi se apropia del dolor humano con una precavida delicadeza, como si fuese un cristal que tiene miedo de romper», (Jêrome Garcin, Le Nouvel Observateur).
«El sentimiento de intimidad participa plenamente de la densidad emocional, firmemente retenida, de esta novela, notable de cabo a rabo por su justeza y despojamiento», (Na. C., La Croix).
«La escritura de Atiq Rahimi es de una agudeza raramente alcanzada, la poesía se sumerge en el despojamiento, en la repetición, en el apóstrofe permanente. Una escritura púdica, que hace vibrar el dolor de un viejo y de su nieto, el silencio mudo de una tierra convertida en cenizas», (Boris Razon, Don Quichotte).
Atiq Rahimi nació en 1962 en Kabul (Afganistán), aunque ahora vive y trabaja en París. Fue alumno del Liceo franco-afgano Estiqlal de Kabul, y luego estudió Literatura en la universidad de esa misma ciudad. En 1984, la guerra le obligó a refugiarse en Paquistán, desde donde pidió y obtuvo asilo político en Francia. Una vez en la capital francesa, realizó el doctorado de Comunicación Audiovisual de La Sorbona. En la actualidad se dedica a la realización de documentales y a la escritura. También está preparando el guión para la versión cinematográfica de Tierra y cenizas que dirigirá él mismo.