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Quizás Siberia sea la última novela que publique. Reconozco que se está construyendo una nueva realidad en la que no tengo sitio. Por eso lanzo este dardo literario y me dispongo a resistir con el pie en el estribo. En el fondo Siberia es un libelo contra la soledad. Siberia no es un sitio (la Siberia rusa o la Siberia extremeña, esa comarca increíble del noreste de Badajoz); se trata más bien de un estado mental. No faltará quien, confundiendo ficción con realidad, piense que se trata de una inmolación, de una voladura controlada del autor en el momento en que puede ser pasto del olvido o la doma. Debo advertir, en todo caso, que Siberia es un texto imaginario. Cualquier parecido con la realidad sería escandaloso.
Acostumbramos a hablar del mundo de la ficción como si a un texto o una imagen le correspondiera uno y solo un mundo, como si una novela representara todos los estados de cosas y los hechos de ese mundo. Sin embargo, los estados de cosas descritos y los hechos narrados en una novela no dibujan un mundo en su totalidad, ni siquiera son todos los que necesitamos para entenderla. El mundo desborda el texto de la obra y a la propia la obra, que sería ilegible sin ese mundo sobre el que tiene sentido. El lector hace inferencias, establece hipótesis, llega a conclusiones y adopta actitudes ?más o menos deliberadamente? haciendo uso de supuestos y creencias que no son explícitas, sino que tienen que ver con ese mundo de trasfondo. Los personajes adultos han tenido una infancia, las emociones que motivan sus actos tienen una historia, cuando la acción deja de centrarse en ellos, siguen existiendo, los acontecimientos siguen teniendo consecuencias, las geografías de los lugares preexisten o en todo caso se suponen el escenario permanente de las historias, etc.