www.paquebote.com > ALFONSO PEREZ DE LABORDA
Puede decirse que la nada existe; pero no que haya la nada. La diferencia entre la nada que existe y la verdad, bondad, belleza de las que se trata en este libro es que de estas no se puede decir que existen, sino que las hay. Verdad, bondad y belleza tienen sus espesores propios cuando nos vamos topando con ellas. Sin embargo, la nada carece de espesor, por más que nosotros la llenemos de falsos espesores para tapar su desnudez. Somos nosotros los que vamos cubriendo las desnudeces de la nada, que existe, pero no la hay, con nuevas y nuevas gasas resplandecientes, encubridoras de su rasa impudicia, y los que terminamos creyendo en ellas como cosa en propiedad de la nada misma, y no como producto de nuestras hechuras. Somos nosotros quienes damos ser a la nada. Solo ser de existencia, nunca ser de hay. Y es ella, la nada, la que termina haciéndose con nosotros.
Después de décadas de peregrinación filosófica, la coherencia en la búsqueda de la verdad solamente puede haber quedado definida por la realidad misma, que en la multiplicidad de realidades se nos da como una, y por una mirada que se sabe pequeña ante el misterio del ser, pero no encogida o acobardada, sino con la fortaleza de la humildad, pues, aunque el ser nos desborda, asombrosa e indefectiblemente estamos ante él. Una mirada al ser ---en espera de nuevas y trepidantes aventuras, si es que alcanzan a llegar--- es una puerta de entrada a lo que aparece de manera plena en el horizonte de un esfuerzo de pensamiento y de escritura que, a su modo, termina ahora con este escrito: una metafísica del ser. Al final del camino, el filósofo ha resultado circunvalado por una metafísica del ser. Ella es ahora lo que lo rodea, lo que envuelve y ciñe su pensar. Aunque podría también decirse que toda su obra ha sido circunvalación que mira a ese centro, dirigiéndose hacia él atingido por suave suasión. Y ese centro es el misterio del ser.
«Aunque leyendo este libro haya presentimientos, regueras y huellas de lo por venirse al pensamiento, no puede adivinarse lo que resta hasta ese hacerse realidad. El quicio nuclear de lo que creo es la novedad y entrada en un pensamiento queda reflejado en la dinámica del entretejerse empastado de tres tríadas cada una con sus componentes correspondientes: deseo, imaginación y razón; mundo, cuerpo de hombre y realidad; carne enmemoriada, carne maranatizada, y carne hablante, para, en el proceso del amejoramiento, que en definitiva tiene que ver con la belleza, terminar desembocando en el ser en plenitud; plenitud que, en su descubrimiento de realidad, le viene donada por el ser en completud. El ir pensando del pausado rumiar del filósofo, por pequeño que sea, descubre caminos nuevos, si es necesario los crea, y plenifica el horizonte de sus pensamientos, siempre buscando realidad, recreándola, y llegando así a ver, mejor, a vislumbrar 'más allá' lo que me gusta llamar el punto Omega».
«¿Historiador de la ciencia que un día le picó la mosca y se dedicó a lo que no era lo suyo? No, claro, aunque incluso de ser así no entiendo por qué debería aceptarse una manera tan oficinesca y burocratizada de ver las cosas del pensar, que codicia encajonar a cada uno en la casilla en la que debe estarse quieto, como si de un nicho se tratara en el que, ya inviviente, sólo le falta ir pudriéndose poco a poco. Quiero manifestar una vez más lo malévolo y mortífero que me ha pare3cido siempre el que nuestras universidades conviertan a los suyos en profesores de una cada vez más pequeña pelismidad, 'mi materia', haciendo que se olvide de por vida el conjunto entero del pensar, el esfuerzo maravilloso de intentar pensarlo todo, de pensar el todo [...] Antes y ahora, eterno y montaraz papador de libertades, sigo siendo el mismo cavilador rumiante de pensares. Y los pensares se van espesando y enredando. ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo? No lo sé. Yo no tengo la respuesta». (del Prólogo del autor)
Que un filósofo llegue a creer que ha podido mostrar de modo racional que «hay Dios» es algo que se debe valorar. Pero, ¿puede este mismo filósofo llegar a poder decir algo sobre ese «Dios que hay»? El autor se ha planteado esta pregunta y ha aceptado el reto: «Mostrar racionalmente lo que fuera que sea de 'el Dios que hay', eso es lo que busco con estas páginas. Mas ¿no será algo así como tocarle, tocarle con atingencia racional, tocarle, aunque sea suavemente, en pura levedad, con los dedos de la acción racional de la razón práctica? No se trata sólo del intento de pensarle, pues, sino de algo más».
Colección "Filosofía"
Colección "Filosofía". Este libro afronta lo que significa decir que el mundo es creación