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ISBN:

9788490744628

Episodios de la Revolución cubana

Editorial: Verbum   Fecha de publicación:    Páginas: 128
Formato: Rústica
Precio: 19,98
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Manuel de la Cruz y Fernández fue un periodista, escritor y crítico literario cubano. Nació el 17 de septiembre de 1861 en La Habana y realizó sus primeros estudios en el colegio San Anacleto, el mismo donde años antes había estudiado José Martí. Sus padres abogaban por la independencia de Cuba, lo cual influyó fuertemente en su formación.
Cuando se produjo el alzamiento en Demajagua, de Carlos Manuel de Céspedes y las tropas mambisas liberaron la ciudad de Bayamo y el pueblo entonó por primera vez “La Bayamesa” de Perucho Figueredo, Manuel de la Cruz era un niño. Sin embargo, en el año 1880, Manuel de la Cruz conoció al teniente coronel Francisco Lufriú, veterano de la Guerra de los Diez Años (1868-1878), quien le narraba anécdotas memorables de la contienda.
En esas circunstancias, el joven De la Cruz alcanzó una clara idea, casi vívida, de la primera lucha por la emancipación de la Isla. Entre los años 1883 y 1884 viajó a Francia y España. Se estableció en Barcelona, donde enriqueció su formación literaria y cultural de manera autodidacta. Desde tierras españolas enviaba colaboraciones a publicaciones cubanas como La Habana Elegante y también comenzó a colaborar en la Revista Habanera, una importante publicación de Barcelona.

Esta colaboración se mantuvo aún después de su regreso a Cuba. Al retornar a La Habana mantuvo una labor periodística, colaborando constantemente en La Ilustración Cubana (1885), de Barcelona, y El Cubano (1887). En el año 1889 comenzó a laborar como corresponsal del diario La Nación, de Buenos Aires, Argentina, al cual remitía trabajos de crítica literaria.

Desde su corresponsalía promocionó en el extranjero la obra de las más destacadas personalidades cubanas. Fue reportero del rotativo argentino hasta su muerte. Por esa época fue redactor de El Fígaro y Revista Cubana, y escribió además para El País, El Almendares y El Porvenir. En 1892 publicó su obra más acabada: Episodios de la revolución cubana, que resultó muy elogiada y que ayudó a levantar los ánimos libertarios en Cuba y en el exilio. Falleció repentinamente en Nueva York, el 19 de febrero de 1896, a los 34 años de edad. La primera edición de Episodios de la Revolución Cubana coincidió con el periodo preparatorio de la nueva Guerra de Independencia de 1895. José Martí, al leer el ejemplar que le remitió el autor, le escribió: “¡Hay veces en que se desea besar el libro!”

• «De los héroes, no he de hablarle. Se lee el libro temblando. Los del Apure, arremetiendo desnudos, con la lanza en la boca, contra la cañonera del río, no hicieron más que los de Santa Teresa. Páez en las Queseras, por lo que toca al arrojo, no le saca ventaja a Fidel Céspedes en el Hatibonico. Llame vil al que no llore por su Sebastián Amábile. Para mi hijo no quiero más gloria que la de Viamonde.

¿Quién puede pensar en su Agüero sin que se le salten las sienes? Se ve la caballería, la fuga, el amanecer épico, el descanso. La naturaleza va como coreando a los héroes. Usted los fija en la mente, con su habilidad singular, por lo colorido e inolvidable del paisaje. Hay páginas que parecen planchas de aguafuerte, porque para usted es cera la palabra, y la pluma buril. Huele su prosa donde ha de haber olor; y donde debe, suena. ¿Que no sé yo el trabajo que le ha costado a usted la marcha de Gómez por la llanura de San Agustín? El que lo quiera leer de prisa no podrá, o lo tachará de oscuro, cuando en realidad no lo es, sino que el color es tan intenso y la factura tan cerrada, que ha de leerse sin perder palabra, por ser cada línea idea o matiz.

Al principio parece que la mucha fuerza de color va a sofocar el incidente, o que el brío de la luz no va a dejar ver bien las figuras, o que del deseo de concretar y realzar puede venir alguna confusión; pero el que sabe de estas cosas ve pronto que no tiene que habérselas con un terminista, que se afana por dar con voces nuevas, sino con un artista en letras, que lucha hasta expresar la idea con su palabra propia. Desde que leí un cuento de usted, sobre cierto capitán de partido, vi que entendía el carácter y adoraba el color, y que lo único que le sobraba era mérito. Otro le paleará un adjetivo o le disputará un verbo; yo, que sé lo que se suda en el taller, saludo con un fuerte apretón de manos al magnífico trabajador.» (José Martí).



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