El corazón del agua

Javier Gúrpide es navarro, y ha publicado las siguientes obras:
Poesía: Apoteosis de la espera (Aguilar, 1984), Ya no sé andar a tientas (Aguilar, 1985), La longitud del viento (Adonais, 1986) y El río de mis lunas (Ed. Popular, 1990).
Novela: Las agujas del templo (Planeta, 1994), Regaliz de palo (Ediciones "B", 2000), Con los ojos cerrados (Huerga/Fierro, 2001) y Laca (Ediciones Nobel, 2003).
Ensayo: Los perdedores de Hollywood (Huerga/Fierro, 2000) y De diosas, mitos y genios (Huerga/Fierro, 2001).
Música: Es autor de los ballets El equilibrista (grabado por la Filarmónica de Praga) y Malaventura, cuya música ha compuesto en unión de Juan Antonio Simarro. Está en proyecto su estreno en un concierto a celebrar en Madrid en los próximos meses del 2005.
También acaba de terminar el musical, aún inédito, La reina hindú, en el que ha contado con la colaboración de Alberto Martín y Juan Antonio Simarro.

«Tras varios años dedicados a la novela y al ensayo, vuelve Javier Gúrpide a su primera expresión literaria, la poesía. Lo hace conservando en lo esencial sus señas de identidad que destacaron al unísono José García Nieto, José Mª Requena y Luis Jiménez Martos, entre otros: Un lenguaje denso, purificador, casi desafiante y que, como en toda poesía verdadera, traspasa las lindes del individuo para proyectarse hacia los demás. Su palabra no resulta jamás caediza, débil o cansada, y sigue rompiendo compuertas al contener un mensaje de imponderable estatura humana.
Sin embargo, sus oleadas de altos conceptos han dado paso a enternecidas pequeñeces, a un mundo tejido por el revés del tapiz de la vida cotidiana. Al mismo tiempo, su mágica cosecha de adivinadas luces, nebulosas intenciones e inquietantes fantasmas ha dado paso a la claridad. El poemario actual pretende ser diáfano como el agua. Palpitar como el corazón del agua.
Es decir, vibrar, en ocasiones, con el latido ambicioso de la marea en pleamar y dibujar nuevas riberas. Golpear, a veces, la indolencia, como esa gota del fregadero, contumaz e invariablemente penúltima. Brotar en parábolas tal que las fuentes de Samaria y, como ellas, calmar la sed, lavar la herida. Bramar, en fin, como una torrentera, abriendo diques y puertas hasta dar con nuestro más íntimo secreto: el que no sabe hablar, oír ni ver; sólo vivir.»