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ISBN:

978-84-8367-606-6

Obra biológica «De Partibus animalium. De Motu Animalium. De Incessu Animalium»

Editorial: Krk   Fecha de publicación:    Páginas: 608
Formato: Tapa dura, 17 x 12 cm.
Precio: 29,95
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Disponible. Envío inmediato.

• Traducción de Rosana Bartolomé.
• Edición y notas de Alfredo Marcos.

Aristóteles estudió los vivientes con tanta empatía y admiración como rigor científico: «Debemos acercarnos sin reparos —escribió— a la exploración de cada animal, pues en todos hay algo de natural y hermoso». Quizá por ello es reconocido como el fundador de las ciencias biológicas. Como tal fue valorado por Charles Darwin, quien quedó deslumbrado por el tratado Sobre las partes de los animales.
Pero lo cierto —y asombroso— es que solo hoy empezamos a disponer de los elementos teóricos y observacionales necesarios para comprender la biología del griego. De ahí que en las últimas décadas se haya activado un intenso interés por la misma. Un ejemplo entre los muchos posibles: Aristóteles habla en su Historia de los animales de dos delfines que sostenían a flote a su cría muerta, y solo recientemente se ha logrado filmar este tipo de comportamiento.
Aristóteles puso en pie en el Liceo todo un sistema de investigación biológica que incluía, junto con la reflexión teórica, la disección, la observación del comportamiento y hasta la realización de experimentos. Para ello distribuyó el trabajo entre diversos grupos especializados y llegó a emplear lo que hoy llamamos ciencia ciudadana, pues buena parte de los datos que relata vienen de las observaciones realizadas por pescadores, marinos o ganaderos.
Con el reciente interés por la biología de Aristóteles han llegado también nuevas interpretaciones de la misma. Y con estas se abre una nueva lectura global de su pensamiento. Está apareciendo, así, ante nuestros ojos un renovado Aristóteles, con mucho que decir sobre los problemas filosóficos más actuales.

• Aristóteles (384-322). [De la introducción del libro]. El último año de la vida de Aristóteles transcurrió en la isla de Eubea. Allí, en la ciudad de Calcis, disponía de una casa heredada de su madre. La isla aparece en el Egeo, recostada sobre la fachada oriental de la península helénica, como formando el complemento de la recortada línea costera. En algunos puntos Eubea dista de la península apenas un brazo de mar. Para Aristóteles, la casa materna no estaba poblada de recuerdos infantiles; no lo estuvo ni siquiera para su madre. Probablemente los abuelos maternos de Aristóteles, griegos de origen jonio, habrían abandonado estas tierras de Eubea ya antes del nacimiento de su madre para establecerse como colonos en la península de Calcidia, que pende sobre el mismo mar Egeo, pero desde el norte. Aristóteles nació en la ciudad de Estagira (hoy Stavros), situada en la costa noroccidental de Calcidia. En Eubea buscaba Aristóteles, en las horas que de algún modo sabía finales, un lugar de asilo, una plaza segura en la que olvidar la violencia ateniense y poner en orden sus recuerdos y sus últimas voluntades.
Desde Calcis de Eubea escribió a su amigo Antípatro (gobernador por entonces de Grecia y Macedonia en nombre del gran Alejandro) que «respecto a los honores que me fueron concedidos en Delfos, y de los que acabo de ser privado, no puedo decir que me importen mucho, pero tampoco que no me importen nada». Aristóteles, hombre ponderado, siempre amante de la prudencia y del sentido común, había sido, en efecto, honrado con una placa en Delfos en agradecimiento a su minucioso trabajo sobre la historia de los Juegos Píticos. También había recibido de Atenas el reconocimiento a su labor como educador. Pero en el último año, con las noticias de la muerte de Alejandro en Babilonia, todo se le había tornado difícil y hostil. Las placas de reconocimiento ubicadas en Delfos y Atenas habían sido removidas y Aristóteles sentía el peligro próximo. La acusación de impiedad sería —fue— el primer paso y, más tarde, la suerte de Sócrates parecía esperarle.
Como de costumbre entre los griegos, la fácil acusación de impiedad no era sino la cara visible de otros motivos más hondos para el odio. Aristóteles era amigo de la corte de Macedonia, lo había sido abiertamente a lo largo de su vida, se carteaba con Antípatro y con el propio Filipo, padre de Alejandro. Esta relación venía de lejos, pues ya el padre de Aristóteles, de nombre Nicómaco, había sido médico en la corte Macedonia, con el rey Amintas III. En Atenas, por otra parte, existía un fuerte partido nacionalista y xenófobo, liderado por el gran orador y reputado demagogo Demóstenes. Los nacionalistas atenienses nunca vieron con buenos ojos la ampliación de la unidad de los griegos bajo el liderazgo de la corte de Macedonia y siempre consideraron a Aristóteles un meteko, un extranjero tan sospechoso como bien relacionado. En los momentos álgidos de Filipo y de Alejandro, sus buenas relaciones con estos le habían garantizado la seguridad en Atenas, pero los rumores sobre la muerte de Alejandro comenzaban a arreciar por el verano del 323. Además, el propio Aristóteles se había distanciado ya de Alejandro por el cruel trato que este había dispensado a Calístenes (un pariente de Aristóteles que había servido a Alejandro como cronista de sus hazañas bélicas). En el otoño de ese mismo año, Aristóteles consideró que debía ponerse a salvo él mismo y buscar un lugar seguro para los suyos.
Una versión novelada de la biografía de Aristóteles puede leerse en Alfredo Marcos: El testamento de Aristóteles, León, 2000.



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