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Las islas de Malta y Gozo se asientan en el centro del Mediterráneo, en su punto más estrecho, directamente, por tanto, en una antigua y turbulenta encrucijada. En sorprendente contraste con su pequeñez su legado histórico es inmenso. En una ocasión los romanos vinieron a buscar su miel. Hoy en día, cuando miramos sus murallas de color de miel esta sensación de antigüedad lo envuelve todo. La lista de espantosos invasores, desde la antigüedad hasta la Segunda Guerra Mundial, ha hecho de la lengua maltesa, la gastronomía y la arquitectura una atractiva mixtura de influencias europeas, árabes e inglesas. Aún así, increíblemente, la cultura maltesa es característicamente propia. Existen monumentos prehistóricos anteriores en 1.000 años a las pirámides, ruinas Romanas y las realmente impresionantes obras de defensa de los Caballeros de Malta, casi inalteradas y parte de una extraordinariamente profusa arquitectura. La agricultura y la pesca son importantes, pero cuenta con activos negocios, buenos comercios, abundantes mercados y una excitante vida turística. Pero recuerde: en estas a menudo ignoradas islas el tiempo puede ir a la deriva. Dedicaremos unas palabras al sol y al mar turquesa, al aroma del viento en los limoneros, a los campos de flores en primavera y a la comida mediterránea servida en terrazas y con un vaso de vino. Los luzzu con coloridas decoraciones se balancean en los puertos, y están los simpáticos y vetustos coches y autobuses -cada uno con sus abollones quizás reflejo de las difíciles condiciones del tráfico- las rojas cabinas telefónicas y las familias que disfrutan del paseo vespertino, la passeggiata. La menor, y mucho más verde, Gozo y la minúscula Comino aumentan incluso más la sensación de lugar aparte. Tras relajarse con esta vitalista forma de vida, aunque un poco anacrónica, puede que se quede más de lo que pensaba.